lunes, octubre 08, 2007

Discóbolo

No es una estatua griega
Hoy se cumple una semana de la muerte de Al Oerter, uno de los más grandes atletas del siglo XX. Un personaje tan mítico que cuando por vez primera leí algo sobre él, cuando aún era un crío, me quedé inmediatamente fascinado.
La leyenda de este neoyorquino de Queens comenzó cuando tan sólo tenía quince años. Parece ser que en el campo de atletismo de su escuela un disco aterrizó a sus pies y él lo devolvió con tal fuerza que el disco fue bastante más lejos de donde estaban los que lo habían lanzado. Eso le permitió empezar como lanzador en el equipo de la escuela y, posteriormente, ganarse una beca como atleta en la Universidad de Kansas, donde en 1954 consiguió, en su primer año universitario, establecer un nuevo record en categoría universitaria.
En 1956, a los veinte años, fue seleccionado como uno de los tres lanzadores que iban a representar a Estados Unidos en su categoría en la Olimpiada de Melbourne. Muy joven, no era el favorito. Su compatriota Fortune Gordien, medalla de bronce en las anteriores olimpiadas y poseedor del record del mundo, era el favorito. Pero Oerter demostró su capacidad de crecerse en las grandes citas y, en su primer lanzamiento, alcanzó una marca de 56,36 m., que establecía un nuevo record olímpico y le garantizaría la medalla de oro.
Su carrera parecía destinada a la gloria, más después de conseguir en 1957 el título de campeón de su país. Sin embargo, todos le dieron por acabado después de padecer ese mismo año un grave accidente de coche en el que casi pierde la vida. Aunque logró recuperarse y seguir compitiendo a gran nivel (fue de nuevo campeón de su país en 1959 y 1960), sus marcas no eran tan buenas como antes. Nadie apostaba por él en la Olimpiada de Roma de 1960: los favoritos eran su compatriota Richard Babka y el polaco Edmund Piatkowski, que poseía el record mundial. Babka fue en cabeza durante los cuatro primeros lanzamientos, pero en su último intento Oerter volvió a mostrar su talento para establecer un nuevo record olímpico de 59,18 m. y llevarse a casa su segunda medalla de oro.
En los años siguientes Oerter, a quien ciertos críticos reprochaban que sólo sacaba lo mejor de sí en los campeonatos importantes pero que el resto del tiempo no hacía las grandes marcas que se esperaban de un bicampeón olímpico, se obsesionó con batir records, consiguiendo por fin en 1962 batir por vez primera el record mundial; algo que haría dos veces más antes de la cita olímpica de 1964. Sin embargo, Oerter llegó lesionado a la Olimpiada de Tokyo en 1964. Una semana antes de la cita, mientras entrenaba en un campo mojado, Oerter resbaló y se produjo una contusión en las cervicales que le agravaba los problemas crónicos que tenía como consecuencia de su accidente de unos años antes. En sus propias palabras: "Sangraba internamente, no podía moverme, no podía dormir, tomaba botes de aspirinas para calmar el dolor. Me aplicaron hielo para minimizar la hemorragia y los doctores me ordenaron no competir. Pero eran los Juegos Olímpicos, y antes te mueres que no competir en unos Juegos Olímpicos."
Con el cuello embutido en un collarín, aplicando hielo constantemente a su herida y con un dolor tan fuerte que tres inyecciones de novocaína no lograban calmárselo, Oerter salió a competir. Parecía que el checo Ludvik Danek, que le había arrebatado recientemente el record mundial a Oerter, tenía campo libre hacia la medalla de oro. Pero Oerter estaba decidido a lograr la gesta. Después de cuatro lanzamientos, Oerter iba tercero, tras lanzar tan sólo un par de metros menos que Danek, lo que era realmente una hazaña dadas las circunstancias. Para él, sin embargo, no era suficiente. En su quinto lanzamiento decidió que le dolía demasiado como para hacer un sexto intento y que era el momento de ir a por todas. Sin dudarlo un momento se quitó el collarín y lanzó. Su marca de 61 m. estableció un nuevo record olímpico y le garantizó una nueva medalla de oro. Aunque él no vio aterrizar el disco: apenas lanzar se desplomó en el suelo, doblado de dolor.
¡Con dos cojones!
Tras este triunfo y un obligado reposo para recuperarse de la lesión (agravada por el esfuerzo), Oerter se lo tomó con calma los años posteriores; aunque aún volvería a ser campeón nacional en 1966, sus marcas eran modestas en comparación con las que hacían las nuevas primeras figuras de la especialidad. El record mundial pasaba de Danek a Jay Sylvester, y ambos llegaban como favoritos a la cita olímpica en México en 1968. Pero, claro, esta vez ya nadie descartaba a un tricampeón como Oerter. Y, efectivamente, con un lanzamiento de 64,78 m., su mejor marca personal además de nuevo record olímpico, conseguía su cuarta medalla de oro consecutiva. Lo nunca visto. Tan sólo Carl Lewis lograría igualar la hazaña, con sus cuatro triunfos consecutivos en salto de longitud entre 1984 y 1996.
Oerter se retiraría de la competición tras este triunfo y comenzaría a trabajar como ingeniero informático, pero el mito aún no había acabado. En 1976 asumió un nuevo reto personal: volvió a entrenarse con el objetivo de participar en las Olimpiadas de 1980. No consiguió su objetivo... por poco: quedó cuarto en la clasificación, y sólo podían ser seleccionados tres; Oerter era reserva. Aun así, a los 43 años estableció su mejor marca personal histórica al lanzar 69,46 m. De todas formas, el boicot de los Estados Unidos a la Olimpiada de Moscú habría impedido que acudiera a la cita. Lo alucinante es que, mientras grababa un lanzamiento para una televisión, llegó a lanzar hasta 74,67 m., que, de haberse producido en competición homologada y con jueces, no sólo habría sido nuevo record del mundo, sino que todavía seguiría imbatido.
Oerter fue, además, en estos años, un abanderado de la lucha contra el dopaje. Y sabía bien lo nocivas que podían llegar a ser las sustancias dopantes: según confesión propia, había tomado esteroides al empezar a entrenarse de nuevo en 1976, y éstos le produjeron problemas circulatorios que le decidieron, por la vía dura, a rechazarlos para siempre.
Aunque quizá por la menor popularidad de su deporte (el disco) no fuera uno de los atletas más recordados a nivel popular, el reconocimiento de Oerter como uno de los más grandes atletas de todos los tiempos ha sido unánime. En la Olimpiada de Los Angeles en 1984 se le concedió el honor de portar la bandera olímpica; en la de Atlanta en 1996 fue el corredor que entró con la antorcha olímpica al estadio.
Vamos, que se ha ido una leyenda, de cuando el deporte era deporte y los atletas eran héroes y no mercancías.

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