Aparentemente es fácil. "Empieza con un terremoto y, a partir de ahí, ve subiendo". La estructura de la historia necesita tres actos, un planteamiento, un nudo y un desenlace. Y, si se trata de un blockbuster, el punto culminante de cada acto debería ser una set piece memorable. Y cada set piece debería ser al mismo tiempo más complicada para el héroe, tener mucho más en juego, y ser más espectacular. Que la batalla final sea la cima épica de la narración en esos tres sentidos es la mejor manera de asegurarse de que el espectador va a acabar emocionado y sin aliento, totalmente inmerso en la historia.
Por supuesto, eso no quiere decir que cada batalla tenga que ser simplemente más grande que la anterior en el sentido de añadir artillería. Ahí tenemos, por ejemplo, una obra maestra del calibre de En busca del arca perdida, que arriesga mucho al culminar una espectacular orgía de persecuciones y peleas con un literal deus ex machina en que la única labor del héroe es no abrir los ojos. Pero la escena es tan espectacular que con su tamaño divino efectivamente empequeñece todas las anteriores al nivel de meras escaramuzas humanas. Claro que no todas las películas pueden permitirse el tener tras la cámara a Spielberg (que, curiosamente, fracasaría en su intento de repetir el esquema en Indiana Jones y la calavera de cristal).
Sin embargo, quizá porque en los últimos años el guión se cierra bastante más tarde que cuando le empiezan a encargar las escenas a los de los efectos, o a cierto temor de los responsables por bajar demasiado el ritmo en el segundo acto que les lleva a concentrar en él sus mejores bazas, o como efecto de las excesivas reescrituras que pueden desequilibrar el ritmo de un guión si éste acaba compuesto de retales de varios autores, lo cierto es que en los últimos años estamos asistiendo a bastantes películas de final anticlimático, en el que la escena final no consigue superar la intensidad de las anteriores, ni es tanto lo que está en juego, ni se culmina la evolución de un arco de personaje. Incluso uno de los grandes del cine contemporáneo como Quentin Tarantino no puede evitar cerrar Django desencadenado con una escena final mucho menos intensa que el sangriento tiroteo que culmina el segundo acto -acentuándose además la sensación por cuanto ambas escenas se sitúan en el mismo decorado.
¿Hasta qué punto se está convirtiendo esto en frecuente? Hoy voy a comentar aquí cuatro estrenos taquilleros de este verano que tienden al anticlímax, con mejores o peores resultados. Cuatro. Nada menos. Como para no pensar que es una tendencia.
AHORA ME VES es diferente de las tres siguientes porque no es una simple película de acción, sino que más bien predomina el suspense; además, de estos cuatro estrenos es la única película que no nace directamente con vocación de blockbuster o de franquicia, sino que es un trabajo personal de un guionista que logró vender el proyecto y que luego se ha convertido en un éxito tal que ya se ha confirmado que habrá secuela. Sus problemas estructurales venían ya desde el papel, pero, dado que la trama general de la película requería un orden concreto de los acontecimientos, era inevitable que las set pieces ocurrieran en los momentos en que ocurren en la película. De los tres espectáculos que los magos llevan a cabo el primero es el más espectacular: roban un banco de París desde un escenario en Las Vegas. Aunque un poco más tarde se nos desvelará el truco, no se puede ir más lejos en cuanto a espectacularidad. La película mantiene la intriga, pero después de tan impactante primer acto es inevitable que el resto sea cuesta abajo, aun teniendo en el reparto a unos desaprovechadísimos Morgan Freeman y Michael Caine, y la verdad es que el director tampoco ayuda (la revelación final podría haber tenido emoción en manos más hábiles, pero a la hora de la verdad ha quedado de lo más soso). Al final resulta una película que podría haber sido bastante mejor de lo que es, pero tiene buenos momentos.
ELYSIUM, por otro lado, era la esperada nueva película del director de Distrito 9, y en ella descubrimos un nuevo concepto de anticlímax. Aquí no se trata tanto de que el enfrentamiento final no esté a la altura de la pelea del segundo acto (aunque algo de eso pueda haber, con el agravante de que si no queda claro es porque ninguna de las dos resulta especialmente espectacular), sino por el hecho de que Neill Blomkamp parece podar de la historia todos los demás posibles enfrentamientos y puntos de tensión que ha sembrado en la primera mitad del film, de manera que al final todo, TODO, se resuelva en un enfrentamiento mano a mano entre el protagonista y un asesino psicópata. El resultado es, por ello, insatisfactorio, desperdiciando una buena colección de ideas interesantes y a una muy desaprovechada Jodie Foster. Lo más destacado, en mi opinión, el diseño de producción. Por lo demás, entretiene un rato y se olvida rápido.
GUERRA MUNDIAL Z ha sido la gran triunfadora del verano, tras una producción plagada de problemas y retrasos, y aunque no soy demasiado fan de las películas de zombies, una vez vista no es difícil explicar por qué: a los dos minutos de película ya empieza la acción y a partir de ahí prácticamente no para, en un crescendo casi constante (con unas breves pausas para respirar) hasta el final del segundo acto. En esta ocasión sería injusto explicar el anticlímax como fruto de una bajada de intensidad, puesto que en el tercer acto la película cambia totalmente su naturaleza: el film abandona la acción adrenalínica de las anteriores escenas para concentrarse en una situación de tensión en un lugar cerrado. En realidad ni hay evolución de personaje ni hay nada en juego que no estuviera ya en juego en anteriores escenas, pero la tensión creada en la set piece final suple bien su falta de espectacularidad para que el público siga enganchado. De las cuatro, el final más satisfactorio, aun con peros.
PACIFIC RIM estaba diseñada para ser un blockbuster y había muchas espectativas puestas en ella, sin embargo no ha tenido el éxito esperado. Quizá por la desbordante falta de carisma de la pareja protagonista, porque, aunque pueda parecer una sorpresa, incluso cuando tienes robots gigantes peleándose con monstruos, y secundarios de lujo como Charlie Day y Ron Perlman, el público necesita conectar con los protagonistas para meterse en la historia. Al final del segundo acto tenemos una espectacular batalla con Hong Kong como escenario, en la que varios robots son destruídos por el ataque simultáneo de dos monstruos, y que es un crescendo de espectacularidad y macarrismo. Tan brillante resulta esta batalla que cuando, algunos minutos más tarde, llega el duelo final, que debería ser la madre de todas las batallas... pues, ufff, no, no lo es. Y eso a pesar de que es la batalla en la que se juegan el destino del mundo y en la que aparece el monstruo más grande al que se han enfrentado nunca... con dos colegas. Pero resulta que no es lo mismo pelearse en las profundidades del Pacífico que en una ciudad llena de gente y edificios. Sobre todo, y perdón por el spoiler, por la libertad que permite al bando humano a la hora de usar armas destructivas de verdad. Así que, después de lo espectacular que ha sido la pelea anterior, el final de la película te deja un poco decepcionado, pensando "¿y ya está?". Aun así, es una película muy disfrutable, y el diseño de producción está cuidadísimo, como es habitual en las películas de Guillermo Del Toro. Pese a sus defectos, quizá la que más disfruté de las cuatro.
Y esta ha sido mi visión de los blockbusters de este verano. Esperemos que para el año que viene los realizadores decidan que dar un final plenamente satisfactorio a las películas debería ser una prioridad. De momento nos quedan las películas de superhéroes (esos Iron Man, Superman...), a las que cabe achacarle también bastantes defectos (de hecho cualquiera de las cuatro comentadas hoy tiene planteamientos mucho más interesantes), pero que al menos sí que saben situar sus mayores batallas al final. Supongo que porque los personajes y todo el bagaje que llevan detrás así lo requieren. Por ahora.
lunes, agosto 26, 2013
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