miércoles, noviembre 22, 2006

Un recuerdo a Robert Altman

Y acababa de roar una nueva película...
Ha muerto Robert Altman.
Todavía recuerdo la primera vez que ví una película de Robert Altman, siendo aún niño. Entonces, por supuesto, no sabía quién era Robert Altman. De hecho, todavía no me preguntaba quién escribía o dirigía las películas. Pero sí recuerdo que me impactó. Tanto, que aunque no he vuelto a ver esa película, todavía rememoro algunas escenas de vez en cuando. Y eso que la película en cuestión, El volar es para los pájaros (1970), la película que dirigió a continuación del éxito de M.A.S.H., está considerada una obra menor dentro de su filmografía. Pero me impactó porque era totalmente diferente de todo lo que había visto hasta entonces. Narración fragmentada, dualidad moral, elementos fantásticos irrumpiendo en un universo aparentemente realista, mezcla de elementos de comedia y tragedia, personajes e historias que se cruzaban con aparente aleatoreidad... En suma, un cúmulo de elementos narrativos fascinantes que descubría por primera vez, en una película definitivamente más transgresora que todo lo que había visto hasta entonces. ¡Y eso que la película ya tenía más de una década cuando la ví!
Tardaría mucho tiempo en descubrir que esta película era de Robert Altman. Sería bastante después de saber quién era este director, y después de haber visto unas cuantas películas suyas. Algunas sin saber que eran suyas, como el musical Popeye (1980), proyección sorpresa en el autobús en una excursión que hice con mi clase, y que tiempo después descubrí que había sido un fracaso de tal calibre que casi acaba con su carrera.
Robert Altman marcó un hito con su habilidad para desarrollar las más vitriólicas sátiras (como M.A.S.H. (1970), que en su momento innovó al tener en pantalla hasta a tres o cuatro personajes hablando a la vez, lo que hacía prácticamente imposible seguir algunos diálogos pero funcionaba a la perfección como símbolo del caos imperante en el microcosmos de la película) y para tejer grandes frescos corales de pequeñas historias de gente que se cruzaban en torno a un lugar o un acontecimiento (como Nashville (1975) o Short cuts (1993), adaptación de los relatos de Raymond Carver), cuya sombra se dibuja sobre otros grandes creadores de obras corales del cine americano contemporáneo (Lawrence Kasdan, Paul Thomas Anderson, Paul Haggis). También supo afrontar el género negro (como en Un largo adiós (1973) y el drama de época, con crimen incluído (como en Gosford Park (2001)).
Fue, además, un gran director de actores (véase la sutil interpretación de Julianne Moore en la escena final de la minusvalorada Cookie´s Fortune (1999), en la que, con expresión tranquila y serena pero con un significativo brillo en los ojos pone en su sitio a Glenn Close,la malvada de la función; es una de esas escenas que, pese a su aparente sencillez, te ponen la carne de gallina, y una de mis escenas favoritas del cine de todos los tiempos, que no es poco decir), y capaz de los mejores, más sorprendentes y complicados movimientos de cámara cuando se ponía (el famoso plano secuencia inicial de El juego de Hollywood (1992), que, vale, puede considerarse como una muestra de exhibicionismo pajero por parte de un director capaz hasta entonces relegado, pero también es sin duda una arrolladora y genial introducción en el universo de la película).
Y, bueno, no sé qué más decir. No era un autor fácil de seguir. Fue un autor irregular, con una filmografía también llena de tropezones (Pret-a-porter, Conflicto de intereses) que ni me molesto en enlazar.
Pero es que, cuando acertaba, era GRANDE. Y eso no está al alcance de muchos.

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