A ver, alguien de Hollywood, que tome notas:
Un entrenador viejo, al borde de la jubilación, de larga trayectoria pero escasos resultados, y traumatizado por haber perdido en el último minuto un título que podía haber sido su mayor logro como jugador, acaba de fracasar nuevamente con su equipo, un conjunto plagado de buenos jugadores pero que lleva más de cuarenta años sin ganar un título y más de veinte sin alcanzar unas semifinales. Discutido por la afición, que le lama pasado, alcohólico y ludópata, está tan desmoralizado que, a pesar de que quiere al equipo con toda el alma y que su gran ilusión de siempre fue legar a entrenarlo, quiere dimitir. Pero el dueño del equipo le convence para que siga. Comienza una nueva competición con resultados desastrosos y vuelve a presentar la dimisión. Nuevamente, el dueño del equipo se opone. Pero el viejo entrenador descubre que no lo hace porque tenga plena confianza en él, sino porque no quiere pagarle lo que le correspondería si se fuera.
A partir de ahí el veterano y decepcionado entrenador, dolido y picado en su amor propio, decide despreocuparse de lo que le digan, no hacer caso a la gente ni a la prensa y ser fiel únicamente a sus ideas. Para empezar prescinde de los veteranos y vacas sagradas del equipo, especialmente de una estrella de gran calidad que, aunque ya en decadencia, sigue marcando diferencias, pero que es muy egoísta y desestabiliza el vestuario. En cambio, mantiene en el equipo a un par de defensores a los que todo el mundo califica de "blanditos" y de escaso nivel. La prensa se le echa encima. La afición se le echa encima. A él le da igual. Está a punto de retirarse, sabe que no le van a echar, se siente más libre que nunca para jugársela al todo o nada. Apuesta por los jóvenes valores que había ido introduciendo en el equipo los años anteriores, les da confianza, les da responsabilidad. Poco a poco van llegando los buenos resultados, aunque el juego sigue dejando que desear. El equipo supera la primera fase y luchará por el campeonato, pero, pese a la indudable calidad de varios de sus jugadores, la mayoría de sus seguidores no apuesta por su victoria. La prensa y la afición siguen atacando al veterano entrenador y tratando de convencerle para que recupere a la vieja estrella. Pero el entrenador, que ya está de vuelta de todo, no cede. A fin de cuentas, todos están en su contra. Puestos a caer, lo hará a su manera.
Se suceden las desgracias. El médico del equipo muere. Se filtra a la prensa que el equipo ya ha contratado a un nuevo entrenador para la temporada siguiente. Todo el mundo discute la idoneidad de la composición del equipo: que si falta la estrella, que si hay jugadores que no tienen nivel, que si habría sido mejor contratar a mejores defensores, que si el equipo está descompensado... Varios jugadores, por su parte, tienen sus propias subtramas: el joven prometedor que ya es una figura pero sigue sintiéndose discutido; el defensor contundente que llega al momento clave bajo de forma; un pequeño genio básico en el equipo que enferma poco antes de empezar la fase final; y (esta subtrama es la mejor) un atacante sin nombre que, con cierta fama de indisciplinado y poco trabajador, tras años de curtirse en las ligas menores espera pacientemente su oportunidad en el banquillo mientras todos dicen que no tiene categoría para este equipo y que en su lugar debería estar la vieja estrella descartada, y que, además, le ha prometido a su novia, una ex-modelo erótica que le ha hecho sentar la cabeza, que si ganan el título se casará con ella...
El equipo juega un par de amistosos para preparar los partidos de verdad. Y son un desastre. Hay preocupantes agujeros defensivos y se ataca mal. Sus seguidores no apuestan por ellos.
Y empieza la fase final.
Y de repente, todo funciona. En la desgracia, el equipo se ha unido y forma una piña. La defensa es infranqueable. El ataque es incisivo y capaz. El espectáculo que brindan es bonito y preciosista. Se confirma la valía de varios jugadores.
Y llegan a la ronda maldita. Donde el equipo cae siempre. Y además la tienen que jugar ante los rivales que les eliminan siempre. Que, además, son vigentes campeones. Juegan mejor, pero el encuentro es muy igualado. Y se produce un final agónico, similar al que se ha producido las últimas tres veces que les eliminaron.
Pero esta vez pasan. Gracias al capitán del equipo, que se muestra firme, y con el jugador más joven de la plantilla anotando el tanto decisivo. Y de repente, la afición se lo empieza a creer. La prensa se lo empieza a creer. Todos se lo empiezan a creer. Ya nadie se acuerda de la vieja estrella.
Llegan las semifinales. Se arrasa. El equipo está que se sale. Juega bien, disfruta y hace disfrutar. El pequeño genio enfermo parece recuperado. El defensa contundente ha recuperado la forma. Los defensores blanditos no dejan pasar a uno. Llegan a la final, la primera en más de veinte años.
El veterano entrenador, de repente, empieza a ser reivindicado, aplaudido y respaldado. Pero él no se inmuta. Tiene entre ceja y ceja la final. El rival le es dolorosamente familiar. Son los mismos que le arrebataron en el último minuto aquel triunfo cuando era jugador, hace casi 40 años. Esta vez no será así. Necesita que no sea así.
Más problemas. La nueva estrella del equipo se lesiona. La responsabilidad ofensiva pasa a la joven figura discutida, de cuya calidad nadie duda pero que está haciendo un campeonato flojo. Es su momento. Y no falla. El equipo es muy superior, manda en el marcador pero, algo nervoso, no sentencia. Los rivales presionan e intentan remontar a la desesperada. Hay conatos de pelea. El delantero sin nombre recibe su premio y juega unos minutos.
Y acaba el partido. El equipo consigue su primer título en más de cuarenta años. Hay alegrías, abrazos, dedicatorias emotivas a amigos ausentes y recuerdos a ídolos. Pero no de todos. El veterano entrenador, con su expresión austera de siempre y el alivio de haber arreglado cuentas con la historia, se va tranquilamente, pensando en la alegría que le habrá dado a sus nietos. En ese momento recibe una llamada. Ahora el dueño del equipo quiere renovarle el contrato, para que siga en el equipo que siempre ha adorado. El entrenador no se molesta en responder y cuelga. Ya ha firmado un contrato con un equipo que le paga el triple. La ironía es tan amarga que sigue sin sonreír. Mientras todos los aficionados, jugadores y periodistas celebran el título él desaparece por un pasillo en sombras.
Fundido a negro.
Fin.
A mí es que me gustan estas películas de deportes en que todo acaba bien. ¡Ojalá pasaran estas cosas en la vida real!
lunes, junio 30, 2008
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