Esta semana me fui a ver Código 46, la penúltima de Michael Winterbottom, director con cierto reconocimiento del que sólo había visto una película antes, I want you, relato de un amor enfermizo, un tanto irregular pero que no me había disgustado (aunque lo mejor era la canción que le daba título; para mí, la mejor de Elvis Costello). De todas formas, la cartelera estaba bajo mínimos. Y, bueno, esa especie de ciencia-ficción psicológica, casi sin efectos especiales, funcionó bastante bien en películas como Gattaca. Y lo mejor de todo es que no sabía de qué iba, y ya he comentado aquí alguna vez mi afición por meterme a ciegas al cine de vez en cuando. Así que convencí a mi amigo Hassan y le dimos una oportunidad.
Y, bueno, qué queréis que os diga, la película no es ninguna obra maestra pero no está mal. Tiene ideas muy buenas, especialmente en cuanto a la ambientación, que da la imagen de un futuro cercano global y corporativo, tan lleno de avances tecnológicos como de divisiones de clase. Los personajes hablan mezclando expresiones de distintos idiomas; toman virus para aprender idiomas, aumentar su empatía o modificar su comportamiento; trabajan de noche y duermen de día, ocultándose de un sol excesivamente cálido; incluso se hacen injertos corporales para rejuvenecer. Las grandes ciudades son todas iguales, rodeadas de parias que esperan en el desierto a que les dejen entrar. Vamos, una imagen del futuro que refleja todos nuestros miedos y vicios y no lo suficientemente remota como para que no duela.
Todo esto queda en segundo plano tras la historia principal, una historia de amor (imposible) entre una falsificadora (Samantha Norton) y el investigador que debe detenerla (Tim Robbins). La película se centra tanto en ellos que no creo que haya ningún otro personaje que salga en más de dos escenas. Pero, por desgracia, la trama principal no tiene la fuerza del ambiente que les rodea. El ritmo lento que convierte la película en una espera de que pase algo que nunca llega a pasar, esa estética moderna deudora de Chungking Express y, sobre todo, el hecho mismo de que los obstáculos que se interponen entre los dos amantes apenas son explicados (quedan en el trasfondo también), hacen que el espectador tenga deseos de poder entrar en la película, abandonar a los protagonistas e irse a dar una vuelta por el mundo que se ve al fondo, quizá saber algo más de los compañeros de trabajo de ella, de su pasado, de sus clientes y lo que hacen con sus papeles falsos, de la familia de él, de los que bailan en el pub, de los que cantan en el karaoke (genial cameo de Mick Jones de The Clash masacrando al karaoke "Should I stay or should I go", las pintas cool que lleva en esa escena son impagables) de los clientes de la clínica, de los que toman el metro, y especialmente de ese peluquero que estaba en la entrada a la ciudad... porque todos ellos resultan más interesantes que una historia que, por desgracia, adopta (pese a ser narrada por ella) el punto de vista de él, que es, sin duda, el personaje más soso de la película.
Eso sí, algunas frases son antológicas. Mi favorita: "Los niños de todo el mundo son especiales. No entiendo de dónde salen tantos adultos mediocres". Tremenda.
En fin, qué pena de lo que podría haber sido y no fue.
GENIÓMETRO: 3/5 grouchos
jueves, mayo 05, 2005
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