martes, septiembre 27, 2005
Habichuelas mágicas
Después del depresivo paréntesis de ayer, la Página 36 vuelve a su programación habitual comentando la ya penúltima película realizada por el genial Terry Gilliam, nada más y nada menos que El secreto de los Hermanos Grimm. Una película que se ha convertido en la más cara de la filmografía del ex-Python y que probablemente también pase a ser considerada la más floja e impersonal, aunque el listón estaba lo suficientemente alto como para que eso no signifique gran cosa.
¿Y qué pinta un autor como Gilliam en una película palomitera de gran estudio? Bueno, supongo que después del fiasco de su Quijote necesitaba trabajar mientras preparaba su nuevo proyecto más personal, Tideland. Y, a pesar de que la película se resiente del excesivo control de sus productores, a pesar de que el guión tiene más agujeros que un queso de Gruyere, y a pesar de que la historia carece del humor deliciosamente irónico y retorcido de sus anteriores películas, lo cierto es que Gilliam, a diferencia de otros autores que han abordado trabajos de encargo (¡Burton, nunca te perdonaremos El planeta de los simios!), consigue salir bastante bien parado. A fin de cuentas, la película es muy digna, entretenida y, en algunos momentos, visualmente arrolladora.
Para ser una película realmente gilliamesca le hubiera faltado algo más de mala uva, que en el film apenas se desarrolla un poco en la sala de tortura (impagables esas docemonescas cajas de cristal llenas de caracoles) y en las apariciones de Jonathan Pryce (mi escena favorita: la cena que da a los embajadores franceses en una sala repleta de luz y de gente... que luego, tras la entrada en escena de un histérico Peter Stormare a romper el encanto de la situación, se nos revela como una simple y pequeña mesa rodeada de espejos para crear un efecto óptico).
También le hubiera faltado un mejor desarrollo de los personajes, y esa quijotización a que Gilliam suele acostumbrarnos en sus películas. Porque el Quijote está loco, y Sancho le sigue, pero más adelante cuando el Quijote empieza a perder la fe en sus locuras es Sancho quien trata de animarle a seguir adelante. Como ocurre con John Cole y la doctora Reilly en 12 monos. Como ocurre con Parry y Jack en El rey pescador. Aquí se echa de menos un mayor desarrollo de la relación entre el racionalista y tramposo Matt Damon y el soñador y atormentado Heath Ledger; simplemente son hermanos, y apenas nos cuentan un oscuro episodio de su niñez que marca sus personalidades. Hubiera estado bien asistir a una pérdida de fe de Ledger y a Damon viéndose obligado al final a recurrir a todo lo irracional de lo que siempre ha renegado (incluso cuando son atacados por árboles que caminan, Damon insiste en que alguien los mueve por rieles), un poco como Jack cuando roba el "Santo Grial" en El rey pescador, adentrándose en la locura de Parry como única forma de salvarle. Sin embargo, Ledger nunca pierde la fe, y lo más irracional que hace Damon es lamer un sapo. Vaya, que me habría gustado ver a Damon entrando en la torre subiendo por una planta creada gracias a las habichuelas mágicas que siempre echaba en cara a su hermano.
Por desgracia, lo que hay es bastante menos interesante, con algún giro de guión y algún personaje (el sobreactuado por Peter Stormare, en concreto) que hace que te den ganas de estrangular al guionista. Supongo que en manos de un director más vulgar habríamos tenido otro Van Helsing o algo parecido, pero Gilliam le da un toque personal que le queda muy bien, dándole el distanciamiento irónico que una historia trufada de sesgadas referencias a cuentos populares necesitaba. Por otro lado, el lobo, el caballo poseído, los árboles asesinos... forman un conjunto terrorífico y espectacular, extrañamente culminado por un monstruo de cieno gamberro que le arrebata su cara a una niña mientras va adoptando la forma de un hombre galleta (¿referencia a Shrek?), convirtiéndose en el monstruo más terroríficamente naïf desde que el muñequito de los Marshmallows casi arrasara Manhattan en Cazafantasmas. A fin de cuentas, los cuentos tradicionales siempre han sido bastante crudos. Al menos hasta que Disney los edulcoró.
Lo cierto es que fui a verla en una sesión llena de niños y todos ellos se quedaron hipnotizados por el terrible magnetismo de las imágenes. ¡Os aseguro que estaban más maravillados por lo que veían en pantalla de lo que les he visto estarlo en cualquier película de Harry Potter! Aunque a los padres parece que ciertas cosas no les gustan. A pesar de que en toda la película apenas aparece sangre (¡en una escena trituran un gato y ni siquiera salpica una gota!), pude oir a una madre salir de la sala muy enfadada, diciendo a sus hijos: "¡No me habíais dicho que era de miedo, cuando lleguemos a casa os vais a enterar!". Maldita sobreprotección y maldita época de correción política...
GENIÓMETRO: 3/5 grouchos
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