martes, septiembre 04, 2007
Grindhouse Weekend II
Era evidente que después del buen sabor de boca que me dejó el visionado de Planet Terror, en cuanto se estrenase Death Proof, la segunda mitad del díptico Grindhouse, iba a correr a verla. Además, la firma de Quentin Tarantino se ha convertido ya en una garantía. Y, efectivamente, Death Proof merecía la pena.
En realidad, Death Proof tiene poco que ver con Planet Terror, aparte de recrearse en el recuerdo y reconstrucción de la serie B setentera y utilizar, con mayor o menor acierto, los defectos del soporte como recurso. Uno puede especular con el hecho de que la película de Tarantino y la de Rodríguez son tan diferentes que, en realidad, casi es hasta positivo el verlas en sesiones separadas: el ritmo intencionadamente irregular de Death Proof poco tiene que ver con esa montaña rusa de emociones fuertes casi rayanas en el absurdo en que se erigía Planet Terror. No es de extrañar que, en general, al público ávido de diversión salvaje y despreocupada al que gustó la de Rodríguez, le decepcionara la de Tarantino. Pero que nadie se confunda: Death Proof no es aburrida en absoluto. El problema es que demasiada gente entró al cine esperando ver bien otro Kill Bill, bien un Planet Terror aún mejor. Y esta película no era nada de eso.
Death Proof es, efectivamente, una película menos divertida que Planet Terror. Pero no por fallida, sino porque es, desde el momento de su concepción, mucho más seria. A diferencia de Rodríguez, Tarantino no se aleja de la realidad, no deja al espectador una distancia de seguridad para poder ver la brutalidad de la escena desde una perspectiva humorística. Por el contrario, Tarantino acerca al espectador a la brutalidad de la historia, retrasando todo lo que puede el momento inevitable en el que el psicópata de la cinta (un gran Kurt Russell) entra en acción, acercando al público a la vida de las protagonistas a través de esos diálogos aparentemente banales que él escribe como nadie (que alguien me explique por qué ningún crítico parece haberse dado cuenta de lo buenos que son los diálogos de esta película), hasta que, finalmente, destapa la caja de los truenos (no por casualidad a través de una significativa mirada cómplice a cámara del psicópata) y no sólo da al espectador lo que éste esperaba, sino bastante más, llegando al punto de cortar la respiración con una espectacular secuencia de choque que ya ha pasado, por mérito propio, a la historia del cine. En suma: que allí donde Rodríguez divierte, Tarantino conmociona.
Y luego, en una segunda mitad de película mucho más adrenalínica, pero también con más concesiones al espectador, remata la faena con una espectacular secuencia de persecución (bien hecha, pero más típica de lo que los críticos tarantinófilos parecen dispuestos a reconocer) en la que, de repente, y para goce del espectador, cazador y presas invierten su papel para dar su merecido al malvado y culminar una lectura simbólica a varios niveles que otros críticos más sesudos que yo han explicado ya mejor; yo, personalmente, lo único que pensaba era que estaba disfrutando de la acción como un enano.
Tarantino aprovecha la excusa del Grindhouse no tanto para hacer un divertimento menor y un homenaje a un tipo de cine, que era la premisa, como para hacer, una vez más, una película de autor, de nuevo con todas sus constantes (brillantes diálogos, excelente banda sonora, digresiones, referencias a la cultura pop de derribo, mantenimiento de la tensión a base de retrasar los momentos culminantes de la acción, y experimentación estructural). Desde luego Death Proof no es su mejor película; es irregular, rebosa cabos sueltos (es intencional, pero unos funcionan mejor que otros) y tiene un final abrupto en el que, al menos para mi gusto, se echa de menos un epílogo. Pero sí tiene algunos momentos dignos de entrar con letras de oro en su filmografía. Esa colisión que culmina la primera parte de la película es increíble, impresionante, tremenda. Y la escena en la que el Especialista Mike convence a Butterfly para que le haga un baile sexy, en la que él ejerce un poder de seducción que no parecía tener a pesar de que es evidente que a ella no sólo no le atrae, sino que le da miedo... joder, esa escena es de las mejores que ha hecho nunca Tarantino, una de las más intensas; me encanta. Y los diálogos son tan brillantes como siempre. Y los actores... bueno, todo el mundo ha hablado de las actrices y no seré yo el que niegue que están todas impresionantes (mis favoritas son Vanessa Ferlito y Mary Elizabeth Winstead, además, claro, de esa Zoe Bell a la que Tarantino regala un papel a medida para que sea por una vez la protagonista)... pero si hay alguien que se come la pantalla cada vez que le enfocan, es Kurt Russell, que saca con nota el reto de un papel con muchos más matices de los que parece: su personaje puede ser seductor, aterrador o patético a lo largo de la película, según la situación.
Resumiendo: que Tarantino ha vuelto a hacer una película de Tarantino, de nuevo destinada a ser controvertida. Una de esas películas que (como Jackie Brown, como Kill Bill) son recibidas con división de opiniones y a las que el paso del tiempo acaba situando en un lugar de honor en la memoria. ¿Obra menor? Puede que sí, pero ¡ojalá todas las obras menores tuvieran la cantidad de aciertos y hallazgos que tiene ésta!
FRIKÓMETRO: 4/5 averías
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