Aunque su obra más personal aparezca por desgracia con cuentagotas (la mayor parte de su tiempo lo dedica a ilustraciones, tiras de prensa y otros trabajos económicamente más rentables), el neozelandés
Dylan Horrocks es sin duda uno de los autores más interesantes del cómic mundial actual. A lo largo de las diversas historias que ha realizado en su carrera como dibujante ha desarrolado un interesantísimo mundo personal que germinó en esa obra maestra que es
Hicksville, en que se reunían un cierto realismo mágico que sustituía las tradiciones latinas por las maoríes y las del este de Europa, y una pasión por el cómic que llevaba a una reflexión implícita sobre el medio hasta convertirlo en el centro, base y punto de encuentro de toda su obra. Porque, al igual que en la obra de Beto Hernández todo está conectado con Palomar, en la obra de Horrocks todo está conectado con y por el cómic.
Para poder reflexionar libremente sobre el cómic en su obra, Horrocks recurre a la reinvención de la historia del medio. En
Hicksville se nos presenta una imagen oscura del mainstream (para el que Horrocks también ha trabajado, con varias obras realizadas para DC) a través de la figura de Dick Burger, villano o héroe trágico, el autor que vendió su alma a cambio del éxito y que lo ha conseguido todo, excepto lo que realmente importa; se nos presenta la imagen del fan, personificado por el voluntarioso biógrafo de dibujantes Leonard Batts, representante de un público receptivo pero a cuyo alcance se pone únicamente una obra limitada, y, por tanto, desconocedor de todas las posibilidades que ofrece el medio; se nos presenta también un lugar mítico de peregrinación para los dibujantes del mundo, esa biblioteca secreta donde se almacenan todas las obras que pudieron ser en la historia del cómic, generando la historia de las posibilidades ilimitadas del medio; y, también, marginalmente, en un capítulo se nos presenta la figura de Emil Kopen, un conocido dibujante del pequeño país de Cornucopia, la única monarquía comunista de la Europa del Este, que se dedica a reflexionar sobre la naturaleza del cómic, pero que también se nos define como cartógrafo (clave que será fundamental para el desarrollo de la posterior
Atlas) y se nos revela como mago.
Es en torno a este personaje, Emil Kopen, que Horrocks escogió desarrollar su siguiente obra ambiciosa,
Atlas, cuyos volúmenes van apareciendo a un ritmo desesperante: el segundo sale ahora, ¡cinco años después del primero!
Atlas parte de personajes y situaciones que conocimos en
Hicksville: Dylan Horrocks (personaje homónimo del autor pero no necesariamente su alter ego) es detenido y expulsado de Cornucopia unos pocos días después de la conversación que tiene con Kopen en las páginas de Hicksville, y la historia comienza cuando Leonard Batts, tiempo después de los sucesos de Hicksville, y también a consecuencia de ellos, decide viajar a Cornucopia a buscar a Kopen para escribir su biografía.
Esta reinvención de la historia del cómic pudo tener su punto culminante en una conferencia (¿o debería decir un happening?) que Horrocks ofreció en Toronto sobre la Historia de los Cómics en Cornucopia, y en la que destapó algunas de las cosas que piensa contar en
Atlas. Allí un travieso Horrocks, armado con un montón de dibujos de diversos autores cornucopianos (en realidad realizadas por dibujantes neozelandeses amigos de Horrocks), desarrolló una concienzuda falsificación histórica, rica en detalles, que le servirá como base para desarrollar Atlas, y que supone una nueva reflexión sobre los límites del medio. En su historia, tras la implantación del comunismo en Cornucopia, éste controla todas las formas de creación artística, pudiendo destruir la obra y arrestar al autor en caso de encontrar algo contrario a la política nacional… excepto en el caso del cómic. Porque Emil Kopen, ya para entonces un dibujante conocido en Cornucopia, se convierte en héroe de guerra y amigo personal del Rey, consiguiendo que el cómic quede libre para desarrollarse fuera del control gubernamental. En consecuencia, toda la intelectualidad cornucopiana acaba orientandose hacia el cómic, dado que es el único medio en el que tienen libertad para desarrollar su obra (en especial la crítica sociopolítica) sin temor a ser acusados de disidentes. En consecuencia, los cómics en Cornucopia se desarrollan como forma máxima de creación artística, refugio y medio de las mejores mentes creativas del país al tiempo que centro principal de atención de toda actividad intelectual.
Pero Horrocks va incluso más lejos. La propia realización de
Atlas ya es una reflexión sobre el cómic, con su constante utilización (salvo en el claustrofóbico prólogo) de viñetas-página, que le dan a la obra un aspecto, un ritmo, una sensación al leerlo, muy diferentes a los habituales.
En fin, no puedo por menos que esperar impaciente la nueva entrega de Atlas, que ya anunció el Previews hace un par de meses. A ver con qué nos sorprende Horrocks esta vez.
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