miércoles, marzo 16, 2005

Grandes momentos de mi vida como espectador: una historia sentimental de la televisión (parte IV)

EL SENTIDO DE LA VIDA
Hubo una época en la que los televisores solían ser en blanco y negro, y los dibujos animados hablaban en sudaca. Yo era un tierno infante, joven e inocente, que creía que cuando alguien se daba un golpe, ya fuera Mortadelo, el Pato Lucas o uno de los Teleñecos, era algo divertido. Mi familia gozaba de muy buena salud. No había visto Bambi. Chanquete seguía vivo.
Y de repente, tuve consciencia de la muerte.
La muerte es un concepto demasiado abstracto para un niño pequeño. Esas cosas que te dicen de ir al cielo son tan vacías como si te hablaran de un viaje a Valencia, que además a esas edades está en el mismo sitio mítico que París, Australia o el Alcampo, o sea, muy lejos de casa. La idea de que la existencia es finita, de que algo (incluído uno mismo) puede dejar de existir es demasiado aterradora para una mente en formación, así que se tarda en asimilarla. Sencillamente, la muerte es algo extraño e indefinido que le pasa a los desconocidos.
Pero de repente me di cuenta de lo que era la muerte y de que los seres queridos podían irse para siempre.
¡¡Cómo lloré cuando se murió el Abuelito Búho!!

De acuerdo, puede que a vosotros Banner y Flapi no os diga tanto, pero para mí aquello supuso un shock. Lo de Chanquete no fue nada comparado con lo del Abuelo Búho, porque éste ni siquiera moría de muerte natural, ¡lo mataban de un disparo cuando trataba de proteger a Banner! Un final terrible para una de las historias de amor más injustamente olvidadas de la televisión. El Abuelo tratando de aguantar las ganas de comerse a Banner mientras éste le expresaba su afecto, eso es verdadero cariño.
Y es que hubo una época en la que los programas infantiles no eran como los de ahora. No idealizaban. Había momentos buenos y momentos malos. Había capítulos que terminaban con sensación de derrota. Las moralejas no eran obvias, permitían al niño una interpretación. En suma, daban que pensar, en vez de aborregar. Ése era el secreto de "La bola de cristal". Después llegaron las asociaciones de padres y televidentes, los teóricos educadores y Leticia Sabater, y se acabó.
Pero hubo una época en la que había dibujos animados para pensar.
¿Recordáis éste?

El Señor Rossi busca la felicidad no era de las series que más gustaban a los niños, quizá era demasiado extravagante. A fin de cuentas su protagonista no era un héroe, ni un animalito, ni tenía ningún rasgo extraordinario. Era simplemente un hombre corriente, el Señor Rossi, que, acompañado por Gastone, el perro de su jefe, vivía grandes aventuras en sus sueños, que por arte de magia se convertían en realidad. Esto convertía la serie en un auténtico delirio onírico que le llevaba a todos los géneros y escenarios posibles para una aventura. Heredero del protagonista de La vida secreta de Walter Mitty y antecedente del Sam Lowry de Brazil, el señor Rossi siempre volvía triunfante a su vida gris, después de su evasión onírica. Además era una serie diferente: minimalista, con una música deliciosa ("Viiiiiva la felicidaaaad...", decía la sintonía), siempre al borde del surrealismo... Lo poco que recuerdo de ella me da ganas de verla de nuevo.
En fin, podría pasarme días hablando de dibujos animados de aquellos años remotos... pero con citar los dos que más me marcaron creo que ya he cumplido. De todas formas, aquí va una página impagable para rememorar todas esas series que recordáis y que no he citado yo: se llama Aquellas maravillosas series infantiles y no tiene desperdicio...

1 comentario:

quetezurzan dijo...

¡¡¡Creí que era la única que recordaba aquello!!!¡¡Madre miiiia lo que pude llorar con la muerte del señor buho!!!Salí corriendo de delante de la tele y me agarré a la pierna de mi madre que estaba planchando y alucinando con mi berrinche: -¡¡Mamaaaaa, mamaaaa!! Han matado al señor buho, han matado al señor buho!. Mi madre me miraba con una medio sonrrisilla, calmándome y diciendo que eran sólo dibujos animados..."no lo entiendes" pensaba yo.
Menudo trauma, me alegro de poder compartirlo.