Oh, sí. Aquí está, un año más... ¡el inevitable post de cumpleaños! (Colgado a una hora un poco tardía, sí, pero bueno...)
37 es un número aparentemente muy poco glamuroso, que comúnmente no se asocia a nada relevante. Eso podría dar a entender que es un número poco importante. ¡Error! Aunque es un número que suena aleatorio y quizá por ello es el más elegido cuando se pide a alguien elegir un número del 1 al 100, la verdad es que tiene tanto trasfondo como para tener una página web dedicada enteramente a él.
Es un número primo. Es el número atómico de un elemento tan poco conocido para cualquier no químico como el rubidio. Es el nombre de un personaje extraterrestre que aparece en El bueno de Cuttlas, el conocido cómic de Calpurnio. Es el número de obras escritas por William Shakespeare si no se cuentan las tres partes de Enrique IV como una sola obra. Es el número de ranuras de la ruleta europea. Es el número de agujeros que tenían los auriculares de los teléfonos antiguos. Es el número de grandes nats, unos espíritus adorados en Myanmar (país antes conocido como Birmania). Y también es, más o menos, la temperatura corporal humana habitual, y, por ello, ha dado origen a esta canción que es con la que yo (y supongo que muchos españoles de mi generación) asociamos el número.
En suma, que es un número que bajo su aparente insignificancia, esconde sorpresas. ¡Quién sabe, puede que este año de mi vida no vaya a ser tan poco memorable como los anteriores!
domingo, septiembre 29, 2013
jueves, septiembre 26, 2013
Mis Spirous favoritos
Hablar de Spirou es hablar de uno de los grandes personajes del cómic europeo. Fue creado en 1938 por Rob-Vel por encargo de la Editorial Dupuis, que necesitaba un personaje titular para su recién creada revista Le Journal de Spirou. El personaje era un joven botones del Hotel Moustique, al que desde 1939 acompañaría la ardilla Spip. Sin embargo, la II Guerra Mundial y la incorporación a filas del dibujante afectaría la continuidad de la serie, con la esposa de Rob-Vel, la ilustradora y guionista Blanche Dumoulin, teniendo que terminar las páginas inacabadas que había dejado su marido. Quizá por ello, y para evitar futuros problemas con el que era su personaje clave, en 1943 la Editorial Dupuis compraría el personaje (algo poco habitual en el mundo del cómic franco-belga), y éste pasaría a ser dibujado por Jijé, uno de los autores más destacados que trabajaban en la revista. Jijé sería quien incorporaría al reparto al reportero Fantasio en 1944, para darle algo más de locura a la serie, y utilizando el pseudónimo con el que firmaba una de sus columnas uno de los articulistas de la editorial.
En 1946 Jijé viaja a Italia para documentarse para futuras obras y deja a cargo de la serie a uno de los dibujantes de su estudio, un joven muy prometedor llamado André Franquin. Los resultados fueron tan satisfactorios que Jijé le cedería definitivamente la serie, y Franquin la transformaría, haciéndola pasar de historias cortas a largas aventuras de complicados argumentos, y creando todo un universo y una galería de personajes secundarios memorables que aún perdura. Quizá por ello, a Franquin se le considera el autor definitivo de Spirou. A partir de mediados de los 50 va a servirse frecuentemente de colaboradores (comenzó a necesitarlos tras su enfado con la editorial en 1955, su marcha a la competencia y su posterior reconciliación que le obligaría a trabajar en dos series a la vez para las dos editoriales), siendo el guionista Greg y los dibujantes Roba y Jidehem sus apoyos más habituales. Pero, tras una depresión y una hepatitis, Franquin va a centrarse en Gaston, su otro gran personaje, y apenas hizo nada de Spirou desde 1963 hasta 1969, en que decidiría abandonar la serie, quedándose, eso sí, con los derechos del Marsupilami, por el que siempre sintió especial predilección.
Le sustituiría un autor joven y desconocido, el bretón Jean-Claude Fournier, que trataría de modernizar la serie introduciendo temas controvertidos y nuevos personajes (que han sido muy poco utilizados por sus sucesores), además de ser el primero en sustituir el uniforme de botones de Spirou por un jersey. Aunque sus resultados son un tanto irregulares, demostraría su capacidad a lo largo de una década. Sus sustitutos, Nic Broca y Raoul Cauvin, firmarían tres álbums a principios de los 80 sin aportar demasiado, aunque también hay que decir en su favor que, incomprensiblemente, la editorial no les permitió utilizar ninguno de los personajes secundarios habituales de la serie, lo que hace de su breve etapa una colección de historias que podría haber protagonizado cualquier otro personaje y el resultado hubiese sido el mismo.
Posteriormente se harían cargo de la serie el guionista Philippe Tomé y el dibujante Janry, que, recuperando desde el principio personajes clásicos del canon de Franquin, darían pie a una etapa realmente brillante, en la que poco a poco irían incorporando elementos más maduros y argumentos más oscuros. De hecho, su etapa terminaría en 1998 tras la aparición del controvertido La máquina que sueña, un álbum sombrío, con un enfoque y un estilo de dibujo más realistas. Desanimados por la acogida que tuvo, los autores decidieron abandonar la serie para concentrarse en El pequeño Spirou, exitoso spin-off que habían creado.
Tras ellos tomarían las riendas Jean David Morvan y José Luis Munuera, durante cuatro entregas, y ahora Fabien Vehlmann y Yoann Chivard, de quienes no he leído todavía las tres entregas que han realizado.
En suma, una serie que, tras 75 años de publicación, goza de buena salud, y de la que a continuación voy a seleccionar mis 10 álbumes favoritos:
10. EL DICTADOR Y EL CHAMPIÑÓN (1956)
Álbum escrito en colaboración con Maurice Rosy, guionista de Tif y Tondu y que luego sería uno de los creadores de Bobo. Aunque el grafismo del Franquin de esta época ha quedado un poco desfasado y se nota la influencia de Hergé (Palombia tiene, a fin de cuentas, bastante en común con el San Teodoro de La oreja rota), resulta difícil no rendirse ante el brillante uso del absurdo de que hace gala el álbum (desde la primera aparición del "metomol", el gas capaz de derretir los metales, hasta ese momento impagable en que un ejército es obligado a desfilar al son de las guitarras por lo mal que tocan los habituales tambores y trompetas), y marca todo un hito a la hora de aprovechar el bagaje que las anteriores aventuras han ido dejando en la serie: nunca antes habían estado tan bien integrados en la trama tantos secundarios recurrentes, desde el Conde de Champiñac hasta la intrépida Seccotine, pasando, por supuesto, por el Marsupilami. Además incluye un hito fundamental: el regreso de Zantafio para asentarse definitivamente en la serie como villano recurrente.
9. EL RAYO NEGRO (1993)
Hay construído todo un subgénero de la comedia sobre sociedades, grupos o sistemas aparentemente perfectos que, de repente, cuando aparece un factor exterior imprevisto, se vienen abajo, poniendo de manifiesto la fragilidad de los cimientos sobre los que se sustentan. Es con eso con lo que juegan Tomé y Janry en este álbum, cuando el siempre apacible pueblo de Champiñac ve su plácida existencia puesta patas arriba ante los efectos de un rayo que cambia el color de la piel de quien lo recibe. El resultado es una brillante crítica del racismo subyacente en la sociedad, ése que no se nota demasiado en el día a día pero que está ahí, y pone de manifiesto que este tándem de autores fue quien mejor partido le sacó a los champiñacenses.
8. EL AMULETO DE NIOKOLO-KOBA (1974)
Si bien no tengo en demasiada estima los primeros álbums de Fournier, tengo que reconocer que a partir de Tora Torapa consigue convencerme, una vez que asume por fin que no puede alcanzar el talento de Franquin para el slapstick y deja de intentarlo, relegando a segundo plano la comedia para concentrarse en la aventura y sacando el máximo partido a su habilidad para crear imágenes poéticas. Su quinta entrega es, para mí, la mejor, un regreso al exotismo y a la aventura clásica con una trama ecologista y antineocolonialista ambientada en las reservas naturales del Senegal, aunque su último trabajo, el díptico Kodo el tirano- Judías por doquier, también podría haber entrado en la lista.
7. ¿QUIÉN DETENDRÁ A CIANURO? (1985)
Prácticamente contemporáneo de Terminator, este álbum comparte con la conocida película de James Cameron el enfrentamiento a una rebelión de las máquinas, con el enemigo aquí personificado en una mujer robot. En su tercera aportación a la serie, Tomé y Janry recuperan del canon clásico el pueblo de Champiñac y le dan un papel de lucimiento a muchos de sus habitantes, algunos de los cuales no aparecían en la serie desde la época de Franquin. Pero no contentos con eso, los autores muestran su capacidad a la hora de crear tanto escenas de acción como excelentes personajes (el inventor Catenario, el robot Telesforo o la propia Cianuro del título), si bien, pese a su potencial, ninguno de ellos ha vuelto a aparecer en la serie. Al menos por ahora.
6. DIARIO DE UN INGENUO (2008)
La proliferación de obras que daban una visión alternativa de Spirou (como la versión retro de Chaland, publicada en la propia revista madre pero luego descartada antes de su conclusión, o El acelerador atómico, la excelente versión que Lewis Trondheim publicó en su serie Lapinot), sumado al deseo de algunos autores oficiales de llevar el personaje en otras direcciones (como la versión seria y realista que Tomé y Janry desarrollaron en La máquina que sueña, provocando la división de los fans, y que desembocaría en su marcha de la serie), acabaría por convencer a la editorial de que no estaría mal crear una línea aparte de álbums para crear historias de Spirou "de autor", sin tener que seguir los parámetros de la serie oficial. Una gran idea que, en las pocas entregas que lleva hasta ahora, ya ha justificado su existencia: si su primera entrega sirvió para presentar al tándem Vehrmann-Yoann, que acabaría llevando la serie oficial unos años después, su tercera entrega, a cargo de Emile Bravo (autor de Jules), se convertiría en uno de los grandes hitos recientes de la serie. Bravo retrocede hasta la juventud de Spirou, tomando elementos de las viejas historias de Rob-Vel, para presentarnos a un joven que todavía no sabe mucho de la vida, que se enamora, que se encuentra por vez primera con el alocado Fantasio, y que se ve metido en una intriga que podría desencadenar, o impedir, el estallido de la II Guerra Mundial. Una genialidad que fue de inmediato aplaudida tanto por los críticos como por los fans.
5. LA MÁSCARA (1954)
Este álbum se aleja de la tendencia de Franquin hacia las historias de aventuras exóticas o fantásticas. En comparación con los álbums anteriores de la serie, esta historia sobre una conspiración para inculpar a Fantasio de una serie de robos es bastante mundana. Pero quizá por ello la desesperada investigación de Spirou gana en intensidad, y Franquin puede incluso permitirse añadir cierto suspense al final. Además este álbum incluye una de las mejores secuencias de toda la serie: la desternillante participación de Fantasio en una carrera ciclista.
4. EL VALLE DE LOS PROSCRITOS (1989)
Con el agua al cuello había sido un álbum repleto de acción frenética, con los personajes tratando de llegar a un valle legendario en busca de una expedición perdida, pero indudablemente una obra menor repleta de chistes sobre el hipo. Pero había terminado con un gran cliffhanger. La resolución tiene un tono muy diferente, más oscuro, más contemplativo, pero el resultado es un álbum extraordinario, con los personajes atrapados en un valle inhóspito, aislados (prácticamente no hay más personajes que ellos en todo el álbum), y con Fantasio víctima de una enfermedad que le lleva a intentar continuamente acabar con su amigo. Una maravilla que marcaría el posterior giro de Tomé y Janry hacia argumentos más oscuros y realistas, y hacia la introspección de los personajes que podría verse posteriormente en Vito el cenizo y La máquina que sueña.
3. Z COMO ZORGLUB (1960)
A finales de los 50 Franquin llega a formar un equipo bastante estable con el guionista Greg (luego creador de Aquiles Talón) y el dibujante Jidehem (creador de Sofía, que se encargaría de los fondos). A este trío se debe uno de los álbums más míticos y acaso el más recordado de la larga trayectoria del personaje, en el que se nos presenta por vez primera al genio megalómano Zorglub, tan propenso a la altanería como a caer en el ridículo, y que se incorporará de inmediato a la impagable galería de secundarios habituales de la serie. Esta aventura añade también profundidad al personaje del Conde de Champiñac, hasta ese momento prototipo bidimensional del genio inventor. Tendría continuidad inmediata en El retorno de Z, igualmente ingeniosa, aunque no tan redonda.
2. QRN EN BRETZELBURG (1963)
El último de los álbums de Franquin junto con Greg y Jidéhem sería sin duda una de sus cimas, y en especial a nivel gráfico supone su mejor trabajo. Una entrañable sátira contra los intereses ocultos que impulsan las guerras, repleta de gags hilarantes e imaginativos (las diferentes torturas a que es sometido Fantasio o el viaje en autobús son buenos ejemplos), que sin duda alguna influirían bastante en Ibáñez para cuando comenzó a publicar sus historias largas de Mortadelo. Una de las obras maestras del cómic europeo, sin duda. Y eso a pesar de que la realización de la misma estuvo repleta de problemas: la editorial rechazó las primeras ideas para la historia, obligando a reescribir el guión; luego Franquin, desilusionado, cayó en una depresión; y, para colmo, enfermó con una hepatitis que le impidió seguir dibujando durante un año (aunque sí dibujaba las páginas de Gaston, más ligeras). Cansado de la serie, en los seis años siguientes tan sólo sería capaz de hacer una historieta larga (la alocada Un bebé en Champiñac, en la que gastoniza el universo Spirou), una corta y un relato ilustrado, antes de acabar cediendo el testigo a Fournier.
1. LOS HEREDEROS (1952)
La enorme cantidad de ideas, todas buenas, que arroja Franquin sobre el papel en este álbum es tan colosal que resulta imposible no maravillarse. Sin duda una de las obras maestras absolutas del cómic europeo, Los herederos (tan sólo la segunda historieta larga del personaje, tras Hay un brujo en Champiñac) asienta definitivamente la serie como algo muy grande a través de una sucesión de aventuras de muy distinta índole, estructuradas en torno a una competición para cobrar una herencia. El álbum supone también la primera aparición del fantacóptero y de Palombia, el primer gag metalingüístico relativo a la celebridad de Spirou y, sobre todo, la primera aparición del malvado Zantafio y del maravilloso Marsupilami.
¿No estás de acuerdo? ¿Tú prefieres otros álbums? Pues ahí están los comentarios para discutirlo...
En 1946 Jijé viaja a Italia para documentarse para futuras obras y deja a cargo de la serie a uno de los dibujantes de su estudio, un joven muy prometedor llamado André Franquin. Los resultados fueron tan satisfactorios que Jijé le cedería definitivamente la serie, y Franquin la transformaría, haciéndola pasar de historias cortas a largas aventuras de complicados argumentos, y creando todo un universo y una galería de personajes secundarios memorables que aún perdura. Quizá por ello, a Franquin se le considera el autor definitivo de Spirou. A partir de mediados de los 50 va a servirse frecuentemente de colaboradores (comenzó a necesitarlos tras su enfado con la editorial en 1955, su marcha a la competencia y su posterior reconciliación que le obligaría a trabajar en dos series a la vez para las dos editoriales), siendo el guionista Greg y los dibujantes Roba y Jidehem sus apoyos más habituales. Pero, tras una depresión y una hepatitis, Franquin va a centrarse en Gaston, su otro gran personaje, y apenas hizo nada de Spirou desde 1963 hasta 1969, en que decidiría abandonar la serie, quedándose, eso sí, con los derechos del Marsupilami, por el que siempre sintió especial predilección.
Le sustituiría un autor joven y desconocido, el bretón Jean-Claude Fournier, que trataría de modernizar la serie introduciendo temas controvertidos y nuevos personajes (que han sido muy poco utilizados por sus sucesores), además de ser el primero en sustituir el uniforme de botones de Spirou por un jersey. Aunque sus resultados son un tanto irregulares, demostraría su capacidad a lo largo de una década. Sus sustitutos, Nic Broca y Raoul Cauvin, firmarían tres álbums a principios de los 80 sin aportar demasiado, aunque también hay que decir en su favor que, incomprensiblemente, la editorial no les permitió utilizar ninguno de los personajes secundarios habituales de la serie, lo que hace de su breve etapa una colección de historias que podría haber protagonizado cualquier otro personaje y el resultado hubiese sido el mismo.
Posteriormente se harían cargo de la serie el guionista Philippe Tomé y el dibujante Janry, que, recuperando desde el principio personajes clásicos del canon de Franquin, darían pie a una etapa realmente brillante, en la que poco a poco irían incorporando elementos más maduros y argumentos más oscuros. De hecho, su etapa terminaría en 1998 tras la aparición del controvertido La máquina que sueña, un álbum sombrío, con un enfoque y un estilo de dibujo más realistas. Desanimados por la acogida que tuvo, los autores decidieron abandonar la serie para concentrarse en El pequeño Spirou, exitoso spin-off que habían creado.
Tras ellos tomarían las riendas Jean David Morvan y José Luis Munuera, durante cuatro entregas, y ahora Fabien Vehlmann y Yoann Chivard, de quienes no he leído todavía las tres entregas que han realizado.
En suma, una serie que, tras 75 años de publicación, goza de buena salud, y de la que a continuación voy a seleccionar mis 10 álbumes favoritos:
Álbum escrito en colaboración con Maurice Rosy, guionista de Tif y Tondu y que luego sería uno de los creadores de Bobo. Aunque el grafismo del Franquin de esta época ha quedado un poco desfasado y se nota la influencia de Hergé (Palombia tiene, a fin de cuentas, bastante en común con el San Teodoro de La oreja rota), resulta difícil no rendirse ante el brillante uso del absurdo de que hace gala el álbum (desde la primera aparición del "metomol", el gas capaz de derretir los metales, hasta ese momento impagable en que un ejército es obligado a desfilar al son de las guitarras por lo mal que tocan los habituales tambores y trompetas), y marca todo un hito a la hora de aprovechar el bagaje que las anteriores aventuras han ido dejando en la serie: nunca antes habían estado tan bien integrados en la trama tantos secundarios recurrentes, desde el Conde de Champiñac hasta la intrépida Seccotine, pasando, por supuesto, por el Marsupilami. Además incluye un hito fundamental: el regreso de Zantafio para asentarse definitivamente en la serie como villano recurrente.
Hay construído todo un subgénero de la comedia sobre sociedades, grupos o sistemas aparentemente perfectos que, de repente, cuando aparece un factor exterior imprevisto, se vienen abajo, poniendo de manifiesto la fragilidad de los cimientos sobre los que se sustentan. Es con eso con lo que juegan Tomé y Janry en este álbum, cuando el siempre apacible pueblo de Champiñac ve su plácida existencia puesta patas arriba ante los efectos de un rayo que cambia el color de la piel de quien lo recibe. El resultado es una brillante crítica del racismo subyacente en la sociedad, ése que no se nota demasiado en el día a día pero que está ahí, y pone de manifiesto que este tándem de autores fue quien mejor partido le sacó a los champiñacenses.
Si bien no tengo en demasiada estima los primeros álbums de Fournier, tengo que reconocer que a partir de Tora Torapa consigue convencerme, una vez que asume por fin que no puede alcanzar el talento de Franquin para el slapstick y deja de intentarlo, relegando a segundo plano la comedia para concentrarse en la aventura y sacando el máximo partido a su habilidad para crear imágenes poéticas. Su quinta entrega es, para mí, la mejor, un regreso al exotismo y a la aventura clásica con una trama ecologista y antineocolonialista ambientada en las reservas naturales del Senegal, aunque su último trabajo, el díptico Kodo el tirano- Judías por doquier, también podría haber entrado en la lista.
Prácticamente contemporáneo de Terminator, este álbum comparte con la conocida película de James Cameron el enfrentamiento a una rebelión de las máquinas, con el enemigo aquí personificado en una mujer robot. En su tercera aportación a la serie, Tomé y Janry recuperan del canon clásico el pueblo de Champiñac y le dan un papel de lucimiento a muchos de sus habitantes, algunos de los cuales no aparecían en la serie desde la época de Franquin. Pero no contentos con eso, los autores muestran su capacidad a la hora de crear tanto escenas de acción como excelentes personajes (el inventor Catenario, el robot Telesforo o la propia Cianuro del título), si bien, pese a su potencial, ninguno de ellos ha vuelto a aparecer en la serie. Al menos por ahora.
La proliferación de obras que daban una visión alternativa de Spirou (como la versión retro de Chaland, publicada en la propia revista madre pero luego descartada antes de su conclusión, o El acelerador atómico, la excelente versión que Lewis Trondheim publicó en su serie Lapinot), sumado al deseo de algunos autores oficiales de llevar el personaje en otras direcciones (como la versión seria y realista que Tomé y Janry desarrollaron en La máquina que sueña, provocando la división de los fans, y que desembocaría en su marcha de la serie), acabaría por convencer a la editorial de que no estaría mal crear una línea aparte de álbums para crear historias de Spirou "de autor", sin tener que seguir los parámetros de la serie oficial. Una gran idea que, en las pocas entregas que lleva hasta ahora, ya ha justificado su existencia: si su primera entrega sirvió para presentar al tándem Vehrmann-Yoann, que acabaría llevando la serie oficial unos años después, su tercera entrega, a cargo de Emile Bravo (autor de Jules), se convertiría en uno de los grandes hitos recientes de la serie. Bravo retrocede hasta la juventud de Spirou, tomando elementos de las viejas historias de Rob-Vel, para presentarnos a un joven que todavía no sabe mucho de la vida, que se enamora, que se encuentra por vez primera con el alocado Fantasio, y que se ve metido en una intriga que podría desencadenar, o impedir, el estallido de la II Guerra Mundial. Una genialidad que fue de inmediato aplaudida tanto por los críticos como por los fans.
Este álbum se aleja de la tendencia de Franquin hacia las historias de aventuras exóticas o fantásticas. En comparación con los álbums anteriores de la serie, esta historia sobre una conspiración para inculpar a Fantasio de una serie de robos es bastante mundana. Pero quizá por ello la desesperada investigación de Spirou gana en intensidad, y Franquin puede incluso permitirse añadir cierto suspense al final. Además este álbum incluye una de las mejores secuencias de toda la serie: la desternillante participación de Fantasio en una carrera ciclista.
Con el agua al cuello había sido un álbum repleto de acción frenética, con los personajes tratando de llegar a un valle legendario en busca de una expedición perdida, pero indudablemente una obra menor repleta de chistes sobre el hipo. Pero había terminado con un gran cliffhanger. La resolución tiene un tono muy diferente, más oscuro, más contemplativo, pero el resultado es un álbum extraordinario, con los personajes atrapados en un valle inhóspito, aislados (prácticamente no hay más personajes que ellos en todo el álbum), y con Fantasio víctima de una enfermedad que le lleva a intentar continuamente acabar con su amigo. Una maravilla que marcaría el posterior giro de Tomé y Janry hacia argumentos más oscuros y realistas, y hacia la introspección de los personajes que podría verse posteriormente en Vito el cenizo y La máquina que sueña.
A finales de los 50 Franquin llega a formar un equipo bastante estable con el guionista Greg (luego creador de Aquiles Talón) y el dibujante Jidehem (creador de Sofía, que se encargaría de los fondos). A este trío se debe uno de los álbums más míticos y acaso el más recordado de la larga trayectoria del personaje, en el que se nos presenta por vez primera al genio megalómano Zorglub, tan propenso a la altanería como a caer en el ridículo, y que se incorporará de inmediato a la impagable galería de secundarios habituales de la serie. Esta aventura añade también profundidad al personaje del Conde de Champiñac, hasta ese momento prototipo bidimensional del genio inventor. Tendría continuidad inmediata en El retorno de Z, igualmente ingeniosa, aunque no tan redonda.
El último de los álbums de Franquin junto con Greg y Jidéhem sería sin duda una de sus cimas, y en especial a nivel gráfico supone su mejor trabajo. Una entrañable sátira contra los intereses ocultos que impulsan las guerras, repleta de gags hilarantes e imaginativos (las diferentes torturas a que es sometido Fantasio o el viaje en autobús son buenos ejemplos), que sin duda alguna influirían bastante en Ibáñez para cuando comenzó a publicar sus historias largas de Mortadelo. Una de las obras maestras del cómic europeo, sin duda. Y eso a pesar de que la realización de la misma estuvo repleta de problemas: la editorial rechazó las primeras ideas para la historia, obligando a reescribir el guión; luego Franquin, desilusionado, cayó en una depresión; y, para colmo, enfermó con una hepatitis que le impidió seguir dibujando durante un año (aunque sí dibujaba las páginas de Gaston, más ligeras). Cansado de la serie, en los seis años siguientes tan sólo sería capaz de hacer una historieta larga (la alocada Un bebé en Champiñac, en la que gastoniza el universo Spirou), una corta y un relato ilustrado, antes de acabar cediendo el testigo a Fournier.
La enorme cantidad de ideas, todas buenas, que arroja Franquin sobre el papel en este álbum es tan colosal que resulta imposible no maravillarse. Sin duda una de las obras maestras absolutas del cómic europeo, Los herederos (tan sólo la segunda historieta larga del personaje, tras Hay un brujo en Champiñac) asienta definitivamente la serie como algo muy grande a través de una sucesión de aventuras de muy distinta índole, estructuradas en torno a una competición para cobrar una herencia. El álbum supone también la primera aparición del fantacóptero y de Palombia, el primer gag metalingüístico relativo a la celebridad de Spirou y, sobre todo, la primera aparición del malvado Zantafio y del maravilloso Marsupilami.
¿No estás de acuerdo? ¿Tú prefieres otros álbums? Pues ahí están los comentarios para discutirlo...
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