Pero a partir de los setenta llega una progresiva decadencia. El mundo ha cambiado mucho. La inocencia de la época de bienestar de la posguerra desaparece y, en un mundo cada vez más cínico, los valores de la vida idílica de las pequeñas ciudades americanas, habitual retrato icónico del sueño americano desde los 50, resultan cada vez más anacrónicos. Es difícil conseguir que el público se identifique con una ciudad ideal cuando el mundo real ahora padece el desmantelamiento de la industria, el crecimiento del paro, escándalos políticos y económicos, activismo social, guerras sin fin, cada vez mayor tráfico y consumo de drogas, un auge de la delincuencia... Mientras otras editoriales afrontarían estos temas controvertidos (Marvel y DC tendrían sus problemas con la Comics Code Authority, la censura de facto que la industria del cómic instauró en 1954, por tratar el tema de las drogas, llevando de hecho a la revisión de sus normas) dando un decidido paso desde el mercado infantil a la búsqueda del público adolescente, Archie escogería evitar estos temas en la medida de lo posible manteniendo su universo como una especie de burbuja de idealismo, y ofreciendo, en general, una visión bastante conservadora de la vida americana (de hecho, las pocas veces que afrontaban estos temas, ofrecían una lectura bastante reaccionaria de lo que pasaba en el mundo). Conviene recordar que John Goldwater, que creía firmemente en la necesidad de que los comics tuvieran una firme base moral, había sido uno de los promotores originales del Comics Code, y que Archie Comics sería la última editorial en seguir sometiendo sus publicaciones a la autoridad del Comics Code, algo que haría hasta enero del 2011. Y probablemente esa postura no fuera mala para el negocio, dado que a pesar del auge de los movimientos sociales y contraculturales en los sesenta América seguía siendo mayoritariamente conservadora.
Así que optaron por evitar los cambios. Se primaron las historietas autoconclusivas y sólo de vez en cuando hacían una serie de historias con cierta continuidad, pero a diferencia de lo que harían otras editoriales se resistirían a convertir sus colecciones en series. El objetivo era que cada cómic pudiera seguir leyéndose de manera independiente, pero eso implicaba que al final de cada historia siempre debía regresarse al statu quo, y, por tanto, que nunca hubiera una evolución de los personajes, ni siquiera en la manera limitada en que otras franquicias (como las de superhéroes) la realizaban. También apostaron por mantener el estilo uniforme y limpio establecido como marca de la casa, haciendo que los comics de Archie tuvieran una estética inmediatamente reconocible, pero también limitando cualquier posible evolución gráfica. No pudieron evitar, sin embargo, que el envejecimiento y desaparición progresiva de los grandes autores clásicos que habían dado a Archie sus mejores momentos afectara la calidad de la serie, pero entre sus sustitutos tampoco faltarían talentos a destacar, especialmente Dan Parent, autor completo que sería uno de los principales renovadores de la serie a partir de los 90.
También se dedicaron a defender su propiedad a capa y espada a base de demandas. No es que fuera algo nuevo. Archie Comics siempre había sido bastante beligerante en ese tema. Poco podía hacer legalmente ante las imitaciones (DC había perdido ya en los años 30 sus litigios contra las imitaciones de Superman, creando un precedente), pero no se tomaba a bien la utilización del personaje como referente icónico. Aunque no habían puesto problemas a la desopilante parodia del personaje que Harvey Kurtzman y Will Elder habían llevado a cabo en 1954 en las páginas de Mad, convirtiendo a Archie y Jughead en delincuentes juveniles, no harían lo mismo en 1962 cuando los mismos autores volvieran a parodiar a sus personajes en su serie Goodman Beaver, en las páginas de Help!, convirtiéndolos en una panda de pervertidos, emborrachándose, participando en orgías e incluso vendiendo su alma al diablo. A John Goldwater no le hizo la más mínima gracia y la editorial demandó a los autores; y, aunque había precedentes favorables a la realización de parodias, finalmente se llegó a un acuerdo extrajudicial, y Kurtzman y Elder cedieron los derechos de la historia a Archie Comics, que la encerrarían en un cajón para siempre. Y no fue un enfado pasajero: todavía en 1984 los editores de Archie se negarían a ceder la historia para una recopilación de Goodman Beaver. Curiosamente, la historieta volvería a verse en 2004, cuando el editor de Fantagraphics Gary Groth descubrió que Archie Comics había dejado caducar los derechos y la obra había pasado al dominio público. Inmediatamente la publicó en The Comics Journal y la colgó en la web de la revista (actualmente ya no está disponible).
Este es el caso más famoso, claro, pero solo el primero de unos cuantos. En 1996 los herederos de Bob Montana demandaron a la editorial tratando de que se reconociera a Montana como el verdadero creador de Archie; la editorial contraatacó con otra demanda, y finalmente se llegó a un acuerdo extrajudicial desde el cual se reconoce a John Goldwater como el creador, y a Montana sólo como creador de la apariencia del personaje. Más lógico es que en 2003 la editorial amenazase con una demanda poco antes del estreno de una obra de teatro en la que un Archie adulto salía del armario, obligando al autor, Roberto Aguirre-Sacasa, a cambiar nombres y situaciones para poder estrenar (ironías de la vida, una década después Aguirre-Sacasa va a ser una pieza clave en el renacimiento de Archie, como veremos en la próxima entrega). Pero la cosa empezaría a ponerse obsesiva cuando en 2005 demandaron al grupo australiano The Veronicas por utilización de un nombre que consideraban infringía sus derechos, y definitivamente delirante cuando intentaron que varios sitios web dedicados a fan fictions retirasen todas las historias que utilizasen sus personajes, en un extraño caso de enfrentamiento contra sus propios fans.
Un pequeño paréntesis: Curiosamente, una editorial tan celosa con su propiedad permitiría, sin embargo, la utilización de su personaje en una serie de comic-books destinados a tiendas de material cristiano, repletas de prédicas bíblicas y mensajes ultraconservadores, editados por la editorial Spire Christian Books entre 1973 y 1984. La editorial, distribuída por una importante editorial de libros cristianos, era el proyecto de un dibujante llamado Al Hartley, que había pasado muchos años dibujando para Marvel y encargándose de una tira erótico-jocosa antes de abandonarla por cuestiones morales y convertirse en cristiano renacido en 1967. Entonces comenzó a trabajar para Archie, donde a veces ya introducía sutilmente sus ideas religiosas, antes de comenzar a realizar comics cristianos en 1973. Hartley consiguió convencer a Goldwater para que le permitiera publicar comics de Archie para el mercado cristiano, y de hecho sin tener que pagar por la licencia, aunque sí un porcentaje de las ventas. Resulta un material curioso, especialmente por cuanto aunque destinado a un público cristiano tuvo a veces distribución secular, sorprendiendo con sus prédicas cristianas a lectores confundidos.
En cualquier caso, y pese a su empeño por mantener Archie sin cambios durante años, Silberkleit y Goldwater no eran nada pasivos. Se movieron mucho para abrirse nuevos mercados (en 2006 consiguieron introducirlo en Oriente Medio, aunque tuvieron que redibujar el vestuario de las chicas para hacerlas más recatadas) y volver a tener presencia en televisión, aunque sus diversos intentos de series de animación nunca volverían a tener el éxito que en el pasado, pero sí consiguieron un gran éxito con la serie de Sabrina. Y por fin lograron llegar al cine, que hasta entonces se les resistía, con Josie and the Pussycats, como ya conté en la anterior entrega. Aunque esta película fue un fracaso comercial, la editorial ganó bastante dinero por los derechos y se benefició de la publicidad; sin embargo, no se mostraron satisfechos con la fidelidad de la adaptación, razón por la que la editorial decidió fundar su propia productora para encargarse de futuros proyectos, aunque sin demasiada fortuna: una anunciada película de Betty & Veronica fue cancelada en 2003.
Quizá por ello es a partir de entonces cuando los editores sienten que ahora sí necesitan introducir novedades y volver a llamar la atención. En 1989 probarían con Archie 3000, que era básicamente lo mismo pero en el futuro, pero no cuajó. Mejor suerte tendrían en 1994, donde además de un atípico crossover con Punisher (!), lanzaron Love Showdown, un arco argumental de cuatro números del que se encargó Dan Parent, y en el que, al estilo de lo realizado por DC con la muerte de Superman, la editorial apareció en todos los periódicos al anunciar que por fin habría una guerra abierta entre Betty y Veronica, y que Archie se vería obligado a elegir. Por supuesto, la editorial haría trampa: al final ambas quedarían con un palmo de narices al descubrir que Archie se iba ¡con Cheryl Blossom!, que regresaba a la serie después de más de una década de ausencia. Y por supuesto la serie continuaría adelante después de esta historia sin romper el statu quo.
Y justo cuando Archie estaba empezando a resurgir, los dos responsables fallecieron: Goldwater en 2007 y Silberkleit en 2008. Les sucedería Jonathan Goldwater, hermanastro del primero, un ex-manager de rock que dio luz verde a nuevas ideas y cambios hasta entonces inéditos en la historia de la editorial. Pero eso lo veremos en la tercera (y última) entrega, en la que hablaremos del renacimiento vivido en esta última década, del fin de una época y el inicio de una nueva.